martes, 30 de octubre de 2007

La esperanza de su mirada


Según cuenta la conocida leyenda de la mitología griega, los dioses, celosos de la belleza de Pandora, una princesa de la antigua Grecia, le regalaron una misteriosa caja, advirtiéndole que jamás la abriera. Pero un día, la curiosidad y la tentación pudieron más que ella, y abrió la tapa para ver su contenido, liberando así en el mundo todas las grandes aflicciones que hoy existen. Pudo cerrarla justo a tiempo de evitar que se escapara también la esperanza, que es el único valor que hace soportables las numerosas penalidades de la vida.Y no parece, según opina Alfonso Aguiló, que les faltara razón a los hombres de la antigua Grecia cuando valoraban en tanto la esperanza. Porque la esperanza no es una simple ilusión ingenua de que, al final, y no se sabe bien por qué, todo irá bien. Se trata más bien de tener fe en que uno puede, con la ayuda que sea precisa, superar las dificultades.

Como ha señalado Josef Pieper, la pérdida de la esperanza suele tener su raíz en la falta de grandeza de ánimo y en la falta de humildad. La grandeza de ánimo hace a los hombres decidirse por la posibilidad mejor entre las posibles, e impulsa resueltamente a todas las demás virtudes. La humildad coloca a la esperanza ante sus propias posibilidades, previniendo de la realización falsa y ayudando a la realización auténtica. La esperanza lleva de modo natural a la magnanimidad, y la humildad protege todo ese proceso, para que no se pervierta por presunción ni por desesperanza. La desesperanza es como una senilidad del espíritu, y la presunción es lo contrario, como una especie de infantilismo espiritual.

Hace un tiempo me contó Rafael, el sacerdote del que te vengo hablando, como una niña Ana, de 10 años, acompañada por su madre entró en su despacho y le dijo: «“Escuche a mi hija porque tiene un problema que no la deja dormir”. Me quedé a solas con ella; desde que murió su abuelito, necesitaba encontrar la respuesta a una pregunta: “el día que yo suba al Cielo –me dijo llorando-, ¿cómo podré reconocer a mi abuelito entre tanta gente? ¿cómo sabré quién es Jesús? ¿cómo distinguiré a la Virgen? ¡Seguro que me perderé!”… Cuando acabó de hablar, quien estaba a punto de llorar era yo (…) Desde luego no iba a responderle con una clase doctrinal acerca del más allá… Le respondí sencillamente…: “los reconocerás por los ojos; cuando llegues al cielo, tu abuelito será más joven. Pero saldrá a tu encuentro, te mirará, te sonreirá, y tu saltarás a su cuello y lo llenarás de besos. Jesús será más guapo de lo que imaginas; pero , en cuantito te mire, te darás cuenta de que es Jesús por el Cariño que hay en su mirada. Respecto a la Virgen María… ¡No temas! Cuando mueras, será ella quien te despierte, te de el primer beso, y te lleve, primero junto a Jesús, y después junto a tu abuelito”. Ana se fue contenta. Los misterios, sin duda alguna son para los niños».

Hasta aquí esta anécdota, pero personalmente confieso que la esperanza, apoyada en su base por la humildad se sobrepone y eleva cuando se le presentan realidades grandes, hermosas por más que ahora sean difíciles de alcanzar. Volviendo a la anécdota de la niña a mi también me anima y me enamora pensar que la Virgen tiene ojos, y que tienes labios, y que tiene manos, y que podré mirar esos ojos misericordiosos, y que me dará un beso y que me acariciará… No se querer de otro modo, lo siento, pero mi forma de querer es también con el cuerpo, y me llena de gozo y consuelo saber que esto será así…

No hay comentarios: