Nos recuerda San Pablo en su carta a los de Éfeso que, por Cristo, también vosotros, una vez oída la palabra de la verdad —el Evangelio de nuestra salvación—, al haber creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido, que es la prenda de nuestra herencia, para redención de su pueblo adquirido, para alabanza de su gloria(Ephes. 1, 13-14). El Apóstol quiere darnos a entender que, por medio del Bautismo, entramos en comunión con el misterio trinitario: nos unimos a Jesucristo, gozamos de la maravillosa realidad de la filiación divina, y nos convertimos en templos del Espíritu Santo. Hemos de dar continuamente gracias, porque la Trinidad se ha enamorado del hombre[1], y hemos de disponernos a descubrir y gozar de esa vida sobrenatural que la infinita bondad de Dios nos ofrece.
Como parte de su enseñanza más común, San Josemaría nos solía hablar así: Hijas e hijos míos, me habéis oído decir muchas veces que Dios está en el centro de nuestra alma en gracia; y que, por lo tanto, todos tenemos un hilo directo con Dios Nuestro Señor. ¿Qué valen todas las comparaciones humanas, con esa realidad divina, maravillosa? Al otro lado del hilo está, aguardándonos, no sólo el Gran Desconocido, sino la Trinidad entera, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque donde se encuentra una de las divinas Personas, allí están las otras dos.
No estamos nunca solos. Es una pena que los cristianos olvidemos que somos trono de la Trinidad Santísima. Os aconsejo que desarrolléis la costumbre de buscar a Dios en lo más hondo de vuestro corazón. Eso es la vida interior.
El santo Fundador del Opus Dei, que nos daba siempre este consejo, nos enseñó también a ponerlo por obra en todas las circunstancias de nuestra vida. Quizá alguno pueda decirme: Padre, yo busco dentro de mí, en mi alma..., pero no encuentro nada.
Yo, a ese hijo mío, le diría: es que quizá has tenido poca vida interior, o quizá has tenido mucha, pero ahora el Señor quiere probarte. ¿Tu alma parece como una cisterna vacía? ¡Pues busca el amor de Dios! Buscad al Señor y fortaleceos; buscad siempre su rostro (I Par. XVI, 11); pero con el mismo empeño que se pone cuando se quiere conquistar un amor humano, bueno y limpio. Persigue tú también así el trato con Dios, y ten la seguridad de que todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá (Matth. VII, 8).
Donde no hay agua, ¿qué se hace? Se construye una cisterna, y se lleva el agua en cántaros que se vacían allí, uno tras otro. Cuando no hay posibilidad de recogerse para la oración, hay que prepararse llevando agua a la cisterna: con actos de amor y de desagravio, con comuniones espirituales, con invocaciones al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, y a Santa María, a San José y a nuestros Santos Ángeles Custodios. Todo eso es agua que llevamos a fuerza de brazos.
Puede suceder que debamos estar así mucho tiempo; pero, si perseveramos, llegará el momento en que no será necesario buscar el agua, porque se habrá formado un pozo. Quizá al principio el agua no suba mucho; pero es un pozo de aguas vivas (Cant. IV, 15). Allá está, en el fondo de tu alma. No sabes de dónde mana el agua, ni cómo se remansa, ni cuándo afluye..., pero puedes beber siempre. Y si insistes, el nivel de ese pozo sube y sube, hasta que se forma un manantial de agua clara, donde puedes beber a dos manos, con la boca abierta, cuando estás sediento.
¿Me entendéis, hijos? Agua hay siempre. Cada uno de vosotros, con la ayuda de Dios, Uno y Trino, escondido en vuestra alma, puede lograr no_ ser nunca una cisterna vacía, sino un pozo que suba y suba hasta que mane una fuente de agua clara, espléndida, agua de amor. Pero en esta tarea, hijas e hijos míos, habéis de poner todo el corazón .
[1] San Josemaría, Es cristo que pasa, n. 84
Como parte de su enseñanza más común, San Josemaría nos solía hablar así: Hijas e hijos míos, me habéis oído decir muchas veces que Dios está en el centro de nuestra alma en gracia; y que, por lo tanto, todos tenemos un hilo directo con Dios Nuestro Señor. ¿Qué valen todas las comparaciones humanas, con esa realidad divina, maravillosa? Al otro lado del hilo está, aguardándonos, no sólo el Gran Desconocido, sino la Trinidad entera, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque donde se encuentra una de las divinas Personas, allí están las otras dos.
No estamos nunca solos. Es una pena que los cristianos olvidemos que somos trono de la Trinidad Santísima. Os aconsejo que desarrolléis la costumbre de buscar a Dios en lo más hondo de vuestro corazón. Eso es la vida interior.
El santo Fundador del Opus Dei, que nos daba siempre este consejo, nos enseñó también a ponerlo por obra en todas las circunstancias de nuestra vida. Quizá alguno pueda decirme: Padre, yo busco dentro de mí, en mi alma..., pero no encuentro nada.
Yo, a ese hijo mío, le diría: es que quizá has tenido poca vida interior, o quizá has tenido mucha, pero ahora el Señor quiere probarte. ¿Tu alma parece como una cisterna vacía? ¡Pues busca el amor de Dios! Buscad al Señor y fortaleceos; buscad siempre su rostro (I Par. XVI, 11); pero con el mismo empeño que se pone cuando se quiere conquistar un amor humano, bueno y limpio. Persigue tú también así el trato con Dios, y ten la seguridad de que todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá (Matth. VII, 8).
Donde no hay agua, ¿qué se hace? Se construye una cisterna, y se lleva el agua en cántaros que se vacían allí, uno tras otro. Cuando no hay posibilidad de recogerse para la oración, hay que prepararse llevando agua a la cisterna: con actos de amor y de desagravio, con comuniones espirituales, con invocaciones al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, y a Santa María, a San José y a nuestros Santos Ángeles Custodios. Todo eso es agua que llevamos a fuerza de brazos.
Puede suceder que debamos estar así mucho tiempo; pero, si perseveramos, llegará el momento en que no será necesario buscar el agua, porque se habrá formado un pozo. Quizá al principio el agua no suba mucho; pero es un pozo de aguas vivas (Cant. IV, 15). Allá está, en el fondo de tu alma. No sabes de dónde mana el agua, ni cómo se remansa, ni cuándo afluye..., pero puedes beber siempre. Y si insistes, el nivel de ese pozo sube y sube, hasta que se forma un manantial de agua clara, donde puedes beber a dos manos, con la boca abierta, cuando estás sediento.
¿Me entendéis, hijos? Agua hay siempre. Cada uno de vosotros, con la ayuda de Dios, Uno y Trino, escondido en vuestra alma, puede lograr no_ ser nunca una cisterna vacía, sino un pozo que suba y suba hasta que mane una fuente de agua clara, espléndida, agua de amor. Pero en esta tarea, hijas e hijos míos, habéis de poner todo el corazón .
[1] San Josemaría, Es cristo que pasa, n. 84
No hay comentarios:
Publicar un comentario