viernes, 19 de octubre de 2007

Con todo el corazón


Nos recuerda San Pablo en su carta a los de Éfeso que, por Cristo, tam­bién vosotros, una vez oída la palabra de la verdad —el Evangelio de nuestra salvación—, al haber creí­do, fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido, que es la prenda de nuestra herencia, para redención de su pueblo adquirido, para alabanza de su gloria(Ephes. 1, 13-14). El Apóstol quiere darnos a entender que, por medio del Bautismo, entramos en comunión con el misterio trinitario: nos unimos a Jesucristo, gozamos de la maravillosa realidad de la filiación divina, y nos con­vertimos en templos del Espíritu Santo. Hemos de dar continuamente gracias, porque la Trinidad se ha enamorado del hombre[1], y hemos de disponernos a descubrir y gozar de esa vida sobrenatural que la in­finita bondad de Dios nos ofrece.
Como parte de su enseñanza más común, San Josemaría nos solía hablar así: Hijas e hijos míos, me habéis oído decir muchas ve­ces que Dios está en el centro de nuestra alma en gracia; y que, por lo tanto, todos tenemos un hilo directo con Dios Nuestro Señor. ¿Qué valen todas las comparaciones humanas, con esa realidad divina, maravillosa? Al otro lado del hilo está, aguardándonos, no sólo el Gran Des­conocido, sino la Trinidad entera, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque donde se encuentra una de las divinas Personas, allí están las otras dos.
No estamos nunca solos. Es una pena que los cris­tianos olvidemos que somos trono de la Trinidad San­tísima. Os aconsejo que desarrolléis la costumbre de buscar a Dios en lo más hondo de vuestro corazón. Eso es la vida interior.

El santo Fundador del Opus Dei, que nos daba siempre este consejo, nos enseñó también a ponerlo por obra en todas las circunstancias de nuestra vida. Quizá algu­no pueda decirme: Padre, yo busco dentro de mí, en mi alma..., pero no encuentro nada.
Yo, a ese hijo mío, le diría: es que quizá has teni­do poca vida interior, o quizá has tenido mucha, pero ahora el Señor quiere probarte. ¿Tu alma parece como una cisterna vacía? ¡Pues busca el amor de Dios! Bus­cad al Señor y fortaleceos; buscad siempre su rostro (I Par. XVI, 11); pero con el mismo empeño que se po­ne cuando se quiere conquistar un amor humano, bue­no y limpio. Persigue tú también así el trato con Dios, y ten la seguridad de que todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá (Matth. VII, 8).
Donde no hay agua, ¿qué se hace? Se construye una cisterna, y se lleva el agua en cántaros que se va­cían allí, uno tras otro. Cuando no hay posibilidad de recogerse para la oración, hay que prepararse llevando agua a la cisterna: con actos de amor y de desagravio, con comuniones espirituales, con invocaciones al Pa­dre, al Hijo, al Espíritu Santo, y a Santa María, a San José y a nuestros Santos Ángeles Custodios. Todo eso es agua que llevamos a fuerza de brazos.
Puede suceder que debamos estar así mucho tiem­po; pero, si perseveramos, llegará el momento en que no será necesario buscar el agua, porque se habrá for­mado un pozo. Quizá al principio el agua no suba mu­cho; pero es un pozo de aguas vivas (Cant. IV, 15). Allá está, en el fondo de tu alma. No sabes de dónde mana el agua, ni cómo se remansa, ni cuándo aflu­ye..., pero puedes beber siempre. Y si insistes, el nivel de ese pozo sube y sube, hasta que se forma un ma­nantial de agua clara, donde puedes beber a dos ma­nos, con la boca abierta, cuando estás sediento.
¿Me entendéis, hijos? Agua hay siempre. Cada uno de vosotros, con la ayuda de Dios, Uno y Trino, escon­dido en vuestra alma, puede lograr no_ ser nunca una cisterna vacía, sino un pozo que suba y suba hasta que mane una fuente de agua clara, espléndida, agua de amor. Pero en esta tarea, hijas e hijos míos, habéis de poner todo el corazón .
[1] San Josemaría, Es cristo que pasa, n. 84

No hay comentarios: